AMBICIÓN, CODICIA Y TRAICIÓN EN MACHU PICCHU
El auténtico (y polémico) Indiana Jones
AMBICIÓN, CODICIA Y TRAICIÓN EN MACHU PICCHU
El auténtico (y polémico) Indiana Jones
Miércoles, 17 de Enero de 2024
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Henry Walton Indiana Jones nació de un modelo, primero, imaginario; luego, real. Fue en 1977. Steven Spielberg se reunió en Hawái con su amigo George Lucas, el creador de La guerra de las galaxias.
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Quería crear un nuevo héroe: ingenioso como Cary Grant, resolutivo como James Bond e inteligente como Albert Einstein. De aquel diálogo surgió el profesor Jones. El resto, de un personaje real nacido allí cerca, en Honolulu, en 1875: Hiram Bingham, el único explorador norteamericano que estuvo a la altura de los europeos de finales del siglo XIX y principios del XX.
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Hijo y nieto de los primeros misioneros protestantes del reino de Hawái, Bingham se radicó en Andover, en el estado de Massachusetts, para completar sus estudios en la Phillips Academy, donde se graduó en 1894.
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Cuatro años más tarde, en 1898, obtuvo la licenciatura en Administración de Empresas por la Universidad de Yale, en 1900 un título de grado en la Universidad de California en Berkeley —donde tomó uno de los primeros cursos de historia latinoamericana ofrecidos en los Estados Unidos—, y en 1905 el doctorado por la Universidad de Harvard, donde llegó a ser profesor de Historia y Política, cargo que desempeñó más tarde también en la Universidad de Princeton.
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Pese a semejante meteórica carrera académica, lo suyo, descubrió pronto, no estaba detrás de un escritorio.
Era aún profesor en Yale cuando, durante una incursión por América del Sur, redescubrió las ruinas incaicas de Machu Picchu en julio de 1911, halladas por primera vez sólo nueve años antes por un desconocido agricultor peruano, Agustín Lizárraga, de quien Bingham encontró la inscripción que este había dejado en una de las paredes del templo de las Tres Ventanas de la llamada ‘ciudad perdida de los Incas’. Hecha a carbón, la inscripción decía: «Lizárraga 14 de julio de 1902».
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El propio Bingham lo reconoció en su libreta, como reveló años más tarde su tercer hijo, Alfred M. Bingham. En la libreta, su padre apuntó: «Agustín Lizárraga es el descubridor de Machu Picchu y vive en el pueblo de San Miguel». Así lo había dejado también documentado en su día, en 1902, el diario limeño La República. Otras fuentes mencionan también a dos misioneros —Thomas Payne y Stuart McNairn— que habrían escalado a las ruinas en 1906, cinco años antes de Bingham.
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Lo cierto es que la búsqueda y el ‘redescubrimiento’ de Machu Picchu le había costado a Bingham mucho tiempo y dinero, y sólo tras dos expediciones había logrado encontrar las ruinas, con la impagable ayuda de Juan José Núñez, por entonces Prefecto de Cuzco, sin cuya colaboración el explorador norteamericano no hubiera sido capaz de llegar a la ciudad perdida.
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Bingham ordenó, incluso, ya de regreso en Yale, crear una placa emblema de la Universidad en reconocimiento a la labor de Núñez. Sin embargo, con el paso de los años, y tras ver que el mundo había realmente sabido de Machu Picchu gracias a su labor divulgativa, Bingham fue modificando su historia del descubrimiento hasta, en 1948, eliminar totalmente la mención a Lizárraga en su libro La ciudad perdida de los Incas.
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Quizá ya lo hubiese animado a ello el hecho de que, años después de su primer viaje, el ignoto Lizárraga había intentado regresar a Machu Picchu por el mismo camino que en 1902, esta vez en plena época de lluvias, e intentando llegar fue arrastrado por la potente corriente del río Urubamba y nunca más se supo él. Su cuerpo jamás apareció.
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Con los años, también la placa emblema a Juan José Núñez, por ser una prueba de su decisiva intervención en la llegada de Bingham a Machu Picchu, acabó en paradero desconocido: solo los herederos de explorador podrían saber dónde se encuentra custodiada.
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En cualquier caso, la codicia y la ambición de Bingham ya se habían dejado ver desde el inicio: tras sus excavaciones y la publicación de su llegada a Machu Picchu en 1911, se creyó con el derecho de apropiarse también de casi cincuenta mil piezas arqueológicas peruanas, que envió ilegalmente a la Universidad de Yale y con las que, de hecho, se enriqueció.
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Tras décadas de reclamaciones, Perú ha logrado repatriar apenas 300 de las 46.332 piezas expoliadas.
Pese a todo, los aportes historiográficos de Bingham son incuestionables: regresó a Perú en 1912, 1914 y 1915 con el apoyo de Yale y la National Geographic Society, y en La ciudad perdida de los incas propuso la teoría de que Machu Picchu albergaba un importante santuario religioso y servía como centro de formación para líderes religiosos.
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Desde entonces, la investigación arqueológica moderna ha determinado que el sitio no era un centro religioso, sino una propiedad real a la que los líderes incas y su séquito acudían durante el verano andino.
Aunque expoliadas, las colecciones de animales exóticos, antigüedades y restos de esqueletos humanos que llevó a Yale sirvieron para presentar al mundo moderno una nueva visión del antiguo Perú, al que Bingham sí descubrió, al menos, «científicamente», defienden muchos en Estados Unidos.
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Por su labor, Bingham es reconocido como el hombre que llamó la atención mundial sobre la ciudad perdida, convirtiéndola en uno de los mayores atractivos turísticos de Sudamérica. Incluso la carretera llena de curvas que lleva a las ruinas desde el río Urubamba se llama Carretera Hiram Bingham.
Casado desde 1900 con una de las multimillonarias herederas de Tiffany —Alfreda Mitchell, nieta de Charles L. Tiffany—, Bingham tuvo siete hijos, nacidos entre 1901 y 1914. Por esos años fue ganando, además, cada vez más fama y prestigio, acrecentada más tarde por su carrera militar. En 1916 llegó a capitán de la Guardia Nacional de Connecticut y, un año después, se convirtió en aviador y organizador de las Escuelas de Aeronáutica Militar de los Estados Unidos en ocho universidades para brindar capacitación escolar en tierra a los cadetes de aviación. Más tarde ascendió a teniente coronel y, durante la Primera Guerra Mundial, en Issoudun, Francia, estuvo al mando de la escuela de instrucción más grande del Servicio Aéreo. Tras la guerra, desarrolló una intensa actividad política dentro del cuerpo militar, luchando por la independencia de la Fuerza Aérea del resto del Ejército.
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En 1922, ya metido en política general, Bingham fue elegido vicegobernador de Connecticut, cargo que ocupó hasta 1924, año en que resultó elegido gobernador e inmediatamente después representante republicano en el Senado de Estados Unidos para ocupar la banca de Frank Bosworth Brandegee, que acababa de suicidarse. Su repentina elección como senador hizo que sólo pudiera ejercer como gobernador un día (del 7 al 8 de enero de 1925), el mandato más breve de la historia de Connecticut.
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Bingham fue reelegido para un mandato completo de seis años en el Senado en 1926, y en 1932, el ‘Senador Volador’ —así lo apodó la prensa— fracasó en su intento de reelección: la victoria demócrata de 1932 tras el inicio de la Gran Depresión fue devastaora y Bingham abandonó el Senado en 1933.
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En junio de 1937, tras divorciarse de Alfreda Mitchell, se casó con Suzanne Carroll Hill. Ese mismo año, solo dos meses después, también Alfreda se casó de nuevo; en su caso, con el pianista Henry Gregor.
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Durante la Segunda Guerra Mundial, Hiram Bingham se dedicó a dar conferencias en varias escuelas de entrenamiento de la Marina de los Estados Unidos y ya en 1951 fue nombrado presidente de la Junta de Revisión de Lealtad de la Comisión de Servicio Civil, cargo que mantuvo hasta 1953. Tres años más tarde, el 6 de junio de 1956, murió en su casa de Washington y fue enterrado en el cementerio de Arlington, Virginia.
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Su parecido con el personaje creado por George Lucas es más que evidente en muchos puntos: el mismo sombrero de ala caída, la misma camisa de lino, su intrepidez como explorador. Bingham mismo se convirtió en un best seller en vida tras la publicación de La ciudad perdida de los Incas. Y su libro atrajo a los turistas. También en la gran pantalla el profesor Jones ‘regresó’ a la ciudad inca en Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal, la cuarta entrega de la saga, estrenada en 2008, una saga cerrada en 2023 con Indiana Jones y el dial del destino, protagonizada por un Harrison Ford de 80 años.
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Las cinco películas han generado casi 2.000 millones de dólares de ingresos, unas cifras que ya tientan —según se rumorea— a más de un productor en Hollywood a que Indiana Jones vuelva a coger el látigo…
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La duda parece pasar, ante todo, por si sería con o sin Spielberg y Harrison Ford de aliados o con un nuevo Indy –se habló incluso de Shia LaBeouf y de Chris Pratt— o, en rigor, aun más, de una nueva Indy… Muchos han creído ver que la última entrega deja más que claro que, si Indiana necesitase a alguien que pudiera continuar con su legado, esa responsabilidad podría recaer en Helena Shaw, el personaje interpretado por Phoebe Waller-Bridge.
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Nadie descarta, no obstante, que Harrison Ford —apoyado por especialistas y la tecnología deepfake de inteligencia artificial— se apuntase a una nueva entrega. Algunos hasta dejan caer ya incluso una fecha para el nuevo proyecto: 2026. El tiempo dirá.
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