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Cuatro años viviendo en un cerezo

Ecos del mundo 

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 El italiano Gabriele Ghio se mudó a una casa en un árbol después de sobrevivir a un accidente y está encantado con la experiencia

 

Sábado, 9 de diciembre 2023

 
 

Contemplar a una pareja de ardillas jugueteando al amanecer en las ramas de un cerezo donde se encuentra encaramada la pequeña casa donde has pasado la noche puede cambiarte la vida. Sobre todo si acabas de pasar por una experiencia traumática, de esas que te reubican las preferencias sobre a lo que vale la pena dedicar el tiempo que te queda. Para Gabriele Ghio, un italiano de 42 años, aquella noche solo en un bosque, en la que tuvo miedo por los ruidos de la naturaleza, fue solo la primera de una larga lista. Estuvo cuatro años viviendo en aquella casa de seis metros cuadrados, construida en un cerezo salvaje que crece en la ladera de un bosque propiedad de un amigo, que se la ofreció para que se despejara cuando supo que buscaba su sitio tras sobrevivir a un accidente.

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«No soy un eremita ni quería escapar del mundo. Continué con mi vida: iba a trabajar, quedaba con los amigos para tomar una pizza o hacía deporte, pero por la tarde en lugar de irme a pasar la noche dentro de un edificio, me iba al bosque a dormir», cuenta Gabriele, que tras aquel período viajó por Italia para conocer otras casas en los árboles. Ahora trabaja para construirse una nueva y contar con los necesarios permisos burocráticos para que se convierta en su domicilio oficial.

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Ponerse «a un lado» de la sociedad sin separarse del todo le ha permitido «desnudarse de muchas cosas que no eran esenciales» y mantenerse ligado a la naturaleza, logrando acabar con el ‘ruido mental’ y la ansiedad que tan habituales resultan en la sociedad contemporánea.

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«Vivir en el bosque me ha enseñado mucho, porque estar tú solo en silencio es algo que ya casi nadie hace. Te escuchas a ti mismo, a tus pensamientos y desarrollas tus ideas, aprendiendo a conocerte. Me hace bien estar expuesto a los estímulos genuinos de escuchar el bosque junto a mis propios pensamientos, en lugar de estar todo el rato pendiente de internet o de los mensajes del teléfono. Es el mejor psicólogo».

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La peculiar vida de Gabriele no implica que renunciara al móvil, al ordenador o a ver películas y series en alguna plataforma de internet. «En una casa tan pequeña cabían pocas cosas y esenciales, obviamente, pero me siento muy orgulloso de ello. Soy más rico teniendo menos cosas.

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Me construí una cama y tenía un pequeño hornillo de leña para cocinar, calentarme y tener electricidad. Y con la comida me organizaba cocinando cosas sencillas y de un día para otro, pues no tenía frigorífico». Gabriele instaló un panel solar con el que cargaba dos baterías, mientras que el agua la recogía en una fuente cercana con una garrafa de 20 litros.

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«Me construí una pequeña ducha con unos tubos de bambú. Al principio me costó ducharme en invierno con agua fría. Ahora aprecio la energía que me dan las duchas frías y que me dura todo el día», recuerda entre risas.

En un bosque del Piamonte

Gabriele ha contado su experiencia en un libro publicado en Italia, titulado ‘La mia casa sul ciliegio. Lasciare la città, vivere in un bosco, essere felici’ (‘Mi casa en el cerezo: dejar la ciudad, vivir en un bosque, ser felices’). Dice que muchas personas le escriben porque querrían visitarle, pero él prefiere que respeten su intimidad, por lo que no da detalles de la ubicación del bosque y sólo aclara que está en la región del Piamonte. Durante un tiempo compartió los seis metros cuadrados de la casa del árbol con una compañera sentimental, aunque aquella relación ya se terminó. «Ella también era una apasionada de la casa en el árbol y de vez en cuando venía a dormir aquí conmigo», cuenta.

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El italiano descansa sobre la cama que instaló en su peculiar morada.
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El italiano descansa sobre la cama que instaló en su peculiar morada.
B. J.
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En los más de cuatro años que transcurrió en esta peculiar vivienda le tocó pasar incluso el covid.

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«Cuando di positivo estuve muy atento a ver cómo respondía mi cuerpo para ver si podía seguir. Por suerte pasé la enfermedad sin mayor problema».

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Aunque confiesa que tuvo miedo cuando fuertes tormentas sacudieron el bosque, derribando varios árboles cercanos a su cerezo, Gabriele ya no concibe vivir de otra manera. «Querría viajar para visitar las casas en los árboles que hay en otros lugares y conocer a personas que, como yo, han elegido esta vida, de la que me he enamorado». Ahora trabaja para construir una casa en un árbol más grande y confortable que la anterior, donde poder formar algún día una familia. «Me encantaría tener una hija y que creciera en un árbol».

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