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La maldición del Big Bang

La caza de brujas de Stalin y Hitler contra la ciencia

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Ejecuciones, torturas, deportaciones… Decenas de científicos sufrieron la persecución y la muerte en la Unión Soviética y la Alemania nazi por estudiar y difundir la teoría del Big Bang. Uno de los episodios más trágicos de la ciencia moderna, que los autores del libro Dios-La Ciencia-Las pruebas sacan a la luz.

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POR CARLOS MANUEL SÁNCHEZ

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Es uno de los episodios menos conocidos y más trágicos de la historia de la ciencia moderna: la persecución que sufrieron los científicos que estudiaron y difundieron la teoría del Big Bang en la Unión Soviética y en la Alemania nazi. Casi una novela negra a la que Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies dedican un capítulo de su libro Dios. La ciencia. Las pruebas (Editorial Funambulista) que se acaba de publicar en España. Los autores entrevistaron a varios investigadores rusos y sacaron a la luz los encarcelamientos, torturas, ejecuciones y deportaciones de decenas de físicos, cosmólogos y matemáticos, una crónica siniestra que ha inspirado incluso un documental para la televisión.

¿Por qué la tragedia hizo acto de presencia en la vida de aquellos hombres tranquilos, inmersos en sus ecuaciones y a mil leguas de los cálculos políticos? Para entenderlo, Bolloré y Bonnassies apuntan a que hay que remontarse al descubrimiento de la muerte térmica del universo. Esta teoría comportaba consecuencias metafísicas que no habían pasado por alto para los ideólogos de las doctrinas totalitarias. Si el cosmos tenía un fin, debía tener un principio, una creación y, por lo tanto, no podía descartarse un creador.

El materialismo dialéctico de Marx y Lennin tienen como axioma la eternidad de la materia, sin principio ni fin

«Tales conclusiones minaban los cimientos de las ideologías materialistas, y, la primera de todas, la del marxismo. La expansión del Universo, descubierta poco más tarde, iba en el mismo sentido. Poco después, el descubrimiento y la datación del Big Bang acabaron completando la demostración», argumentan los autores. «Según los intelectuales del marxismo, la realidad reposa únicamente sobre la materia y carece de cualquier otra dimensión, sobre todo espiritual. El materialismo dialéctico de Marx y Lenin tiene como axioma la eternidad de la materia, sin comienzo ni fin. Dios no tiene cabida», añaden.

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Todo empezó en 1922 en la Universidad de San Petersburgo, donde un joven y genial matemático por entonces desconocido, Alexander Friedman, es uno de los primeros que lee la teoría de la relatividad y uno de los pocos que la entiende. Einstein está convencido de que el Universo es fijo desde siempre y que existirá eternamente. Por eso es muy bien recibido por los bolcheviques… Sin embargo, sus ecuaciones incorporan una trampa sutil, la llamada constante cosmológica, para equilibrar la fuerza de la gravedad y representar un universo estático.

La idea de que el universo tenía un principio era intolerable. Lenin en los años 20 y Stalin, en los años 30, desatan una auténtica cacería

Friedman se da cuenta. Las repasa una y otra vez y llega a la conclusión de que la constante cosmológica es innecesaria. Redacta sus propias ecuaciones. El resultado indica que el universo está en expansión. Publica sus conclusiones en una revista científica. Cuando Einstein las lee, se enfurece. Alega que las ecuaciones le parecen «muy sospechosas». Pero al año siguiente vuelve sobre ellas y reconoce que se ha equivocado y que Friedman tiene razón. «Mi objeción se basaba en un error de cálculo»

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Friedman saborea su victoria. Sin esperar, publica una obra titulada El Universo como espacio y tiempo. Estupefactos, sus lectores descubren que el Universo habría conocido un comienzo, hace miles de millones de años. ¿Cómo era nuestro cosmos en aquel entonces?

¡La respuesta de Friedmann es sorprendente! En el principio de los tiempos, el universo entero, con sus miles de millones de estrellas, estaba contraído en un punto minúsculo. Esa conclusión era intolerable para los bolcheviques, sobre todo desde que el propio Einstein reconoce su validez.

Desde entonces, Lenin en los años veinte y Stalin, en los años treinta, desatarán una auténtica cacería.

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«Dios existe y tenemos las pruebas»

El libro que ha incendiado Francia

 

 


La consigna es eliminar, entre los científicos, a todos aquellos de los que se pueda sospechar que violan las leyes del materialismo dialéctico. ¿De qué los acusa el régimen? De hacer propaganda antisoviética.

Friedman es el primero en ser silenciado. Y morirá muy pronto, en 1925, presuntamente de tifus. Pero algunos de sus colegas desaparecerán en lo más remoto de Siberia o perecerán ante un pelotón de ejecución. Otros serán apartados de sus cátedras, obligados a retractarse o se exiliarán.

Eugeni Perepelkine será encarcelado y fusilado. Lev Landau, premio Nobel en 1962, fue torturado. Nikolai Kozyrev, enviado al gulag. El cosmólogo George Gamow se escapa a Estados Unidos… La Alemania de Hitler también hizo una purga entre científicos, incluido Einstein, considerando que la relatividad era «ciencia típicamente judía».


Fuente de las imágenes: El libro Dios-La ciencia-Las Pruebas

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