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La química del amor: MDMA y el mundo fracturado
La periodista científica Rachel Nuwer recorre la historia de la droga también llamada éxtasis o cristal. A través de docenas de entrevistas elabora un estudio ágil y didáctico de sus usos pasados y futuros
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Los psicodélicos no son drogas, intensifican la percepción y pueden provocar alucinaciones, pero no son adictivos. De hecho, son una buena terapia contra las adicciones. Facilitan estados expandidos de la mente gracias a la magia de la química.
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Muestran que vivimos en una mente extendida, una mente que no es sólo nuestra y que puede sorprendernos, como ocurre en los sueños. Los psicodélicos tienen riesgos y no conviene jugar con ellos, pueden desatar tormentas psíquicas (sobre todo entre los más jóvenes) y revelar síntomas de enfermedades latentes.
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Pero también pueden ofrecernos una experiencia única: la interconexión de todos los seres a través del espacio y el tiempo, la naturaleza interdependiente de todas las cosas, que los budistas llaman pratītyasamutpāda y que el filósofo Nāgārjuna asoció con la vacuidad.
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Filosóficamente, lo más interesante de estas sustancias (peyote, ayahuasca, LSD y psilocibios), que son las que conoce este relator, es que desmienten la cosmología moderna, elaborada por la Física (ciencia del impacto), y proponen una cosmología química (ciencia del enlace).
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La psicodelia proporciona una visión del mundo que sintoniza con cosmologías indígenas y premodernas. Huxley decía que todos los narcóticos y euforizantes vegetales que crecen en los árboles, los alucinógenos que maduran en bayas o raíces, fueron utilizados por las culturas antiguas. Para la cosmología védica, la conciencia es el factor unificante del universo. Es el “uni” del verso que es el mundo.
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Una lírica configurada por el sonido. Una vibración primordial es la responsable del universo en que vivimos. Y esa vibración puede resonar en nosotros, tanto en la experiencia meditativa como en la psicodélica. El objetivo último de la vida es sintonizar o armonizarse con ese origen. Un monje benedictino declaró en Newsweek que el MDMA produce en una tarde la sensación que se alcanza tras veinte años de meditación.
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Rachel Nuwer ha realizado docenas de entrevistas a los protagonistas de la historia reciente del MDMA. Y lo ha hecho de un modo ágil y didáctico, sin mitificar la sustancia ni demonizarla. Nos cuenta que el padre del MDMA (C11H15NO2), también llamado éxtasis o cristal, fue el químico californiano Alexander Shulgin, que lo sintetizó en 1975 (Merck labs lo había hecho en 1912, pero no se probó).
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Compartió la sustancia con amigos terapeutas, que trataron con ella diversos tipos de traumas. El MDMA hacía desaparecer ansiedades, desconfianzas y tensiones internas de la neurosis.
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No hacía mucho que Stanislav Grof había iniciado la terapia asistida con LSD. Algunos visionarios pensaron que la sustancia podría llevar a la humanidad hacia una mente más conectada, tolerante y amorosa. Fue abrazada por el movimiento hippie y la contracultura. El activista Rick Doblin afirmó: “comprendí que la razón de oponerse a los psicodélicos no era porque fueran malos, sino porque eran buenos. La gente tenía experiencias de este tipo y pensaba: ¿por qué matar a los vietnamitas que se parecen tanto a mí?”
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Shulgin había creado para Dow uno de los primeros insecticidas biodegradables. Era el prototipo de científico loco y brillante (barba blanca y camisa hawaiana), que desarrollaba en su granja sus propios psicodélicos. Tomando como base la estructura de la mescalina, sintetizó más de doscientas sustancias e investigó sus efectos probándolas él mismo, primero en pequeñas dosis y luego aumentándolas.
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“Se ahorran muchos ratones y perros”, decía. No sólo se trataba de experimentar cálidas oleadas de euforia, subidones de empatía, o de quemar con ácido muchas tonterías. Se trataba de ensanchar la mente y percibir cosas que habitualmente no vemos.
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Tras una experiencia con mescalina, en la que regresó al mundo de la infancia, lleno de belleza, magia y sabiduría de la totalidad, constató que “todo nuestro universo está contenido en la mente y el espíritu. Podemos optar por no encontrar acceso a él, incluso negar su existencia, pero de hecho está dentro de nosotros y hay sustancias químicas que permiten acceder a él”. El MDMA le confirmó que estamos hechos de amor y que el mundo es bueno y protector, aunque no lo parezca. Shulgin sostenía que la química y la música eran una misma ciencia, ambas combinaban melodías, ritmos y armonías.
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El libro nos recuerda que entre 1953 y 1973 al menos 86 universidades e instituciones científicas participaron, financiados por fondos federales de la CIA, en programas psíquico-químicos y de guerra conductual altamente secretos. Se publicaron más de mil artículos científicos. Drogas para lavar el cerebro o controlar a los ciudadanos, sueros de la verdad o capaces de eliminar la voluntad, técnicas telepáticas o de lectura del pensamiento útiles para los servicios de espionaje. Curiosamente, esta injerencia del Estado abrió la ciencia a otros paradigmas que hoy se consideran tabúes. Después la propia administración estadounidense se encargaría de acabar con los hippies y pacifistas de la contracultura. La histeria de los medios contribuyó a ello. Se llegó a publicar que los psicodélicos dañaban los cromosomas.
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No era de extrañar en una sociedad puritana que tiene como fundamento los sentimientos de culpa, vergüenza e indignidad. Una sustancia que los eliminara debía ser diabólica. “El resultado final fue una trágica pérdida para la psiquiatría, la psicología y la psicoterapia”, comentó Grof”, desperdiciando la oportunidad más grande que tuvieron estas disciplinas”.
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I feel love. El MDMA y la búsqueda de conexión en un mundo fracturado
Traducción de Eneko Urizar Andrieu
Bauplan, 2024
372 páginas
25 euros