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Teresa Arsuaga | Abogada

«Que te den la razón puede llevar a arruinarte la vida»

 «Vivimos en una sociedad muy susceptible porque tenemos un ego muy grande», dice esta especialista en mediación

 

Sábado, 19 de abril 2025

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Los conflictos surgen muchas veces de la necesidad de ser escuchados y el sentimiento de insignificancia conduce a la sobreactuación, lo que hace más difícil llegar a acuerdos. Teresa Arsuaga (Madrid, 1971) es doctora en Derecho, especialista en temas de familia y máster en Mediación, negociación y resolución de conflictos.

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Hace ocho años fundó AEC Mediación y acaba de publicar ‘Te veo, te escucho, te reconozco’ (Ed. Arpa), en torno a esta cuestión. Un asunto más relevante aún por la entrada en vigor hace dos semanas de la Ley de Eficiencia de la Justicia, que obliga a demostrar que se ha intentado resolver el conflicto a través de alguna forma de mediación o conciliación antes de acudir a los tribunales.

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Hace cuatro años publicó ‘No dramatices’, una colección de relatos en los que se abordaba este mismo tema pero desde un punto de vista más narrativo y literario. No en vano su tesis doctoral giró en torno a los estudios sobre leyes y literatura. Ya en esos cuentos se refería a la falta de coincidencia que con frecuencia se da entre los hechos que están en la superficie del conflicto y las emociones que se ocultan detrás.

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– A medida que aumentan los derechos, crecen las fricciones por el ejercicio de los mismos. ¿El conflicto es inherente al reconocimiento de más derechos?

 

– No debería ser así si se gestionan bien esos derechos y hay conciencia de los mismos. Mire lo que sucede por ejemplo en una comunidad de vecinos: existen el derecho a oír música y el derecho a descansar. Es preciso llegar a acuerdos y armonizar lo que unos y otros plantean. Eso llevaría a menos confrontación y más colaboración, a llegar a acuerdos antes de pelear. Suelo poner este ejemplo: dos personas entablan un pleito por unas naranjas. Si se indaga un poco en sus intereses, quizá se descubra que una de ellas las quiere por el zumo y la otra por la piel, porque la usa para repostería. No siempre está tan claro, pero un examen más profundo lleva a veces a descubrir que es posible arreglar el problema sin ir a la Justicia. No se hace, y por eso los tribunales están cada vez más saturados.

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– Cuando se va al Juzgado, alguien gana y alguien pierde, lo que es malo si la relación entre las partes debe continuar. Pero queremos ganar, que nos den la razón.

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– Tenemos la actitud natural de estar en posesión de la razón. En un juicio hay ataque y defensa. Luego la ley tiene una solución estándar que no siempre se adapta a lo que interesa a las partes. Por eso creo que es mejor pensar en los intereses porque eso nos lleva a considerar el futuro y en nuestras relaciones en él. Queremos ganar porque nos referimos a los agravios del pasado. Pero consideremos un divorcio: puede que ganar no sea lo que más nos interesa si queremos vivir tranquilos.

Posición de superioridad

– Es esa idea del fuero y el huevo. Hay muchos a quienes no les importa tanto el huevo como el fuero. Que les den la razón, aunque no ganen nada más con ello.

 

– Eso, que te den la razón, puede llevar a arruinarte la vida. A veces ni sabemos por qué queremos lo que pedimos. Puede que simplemente queramos reconocimiento. Y la razón te coloca en una posición de superioridad. Otra cosa es que eso para qué te sirve.

Posición negociadora

«Con prepotencia se consigue muy poco»

– Usted denuncia la sobreactuación que se da en cualquier conflicto. Parece un pez que se muerde la cola: como sé que la otra parte va a pedir mucho yo también lo hago para que el punto de encuentro no esté más cerca de su posición real.

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– Sucede porque no hemos entrado en una verdadera cultura de la negociación. Lo que marca esta es si va a haber continuidad en la relación con la otra parte. Puedes intentar conseguir el máximo siendo muy exigente y competitivo si no habrá más relación después. Pero, como decía antes, siempre debemos ver cuáles son los intereses. Y a veces mostrar tu vulnerabilidad te hace llegar más lejos. Con prepotencia se consigue muy poco.

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– ¿Por qué hay tanta tendencia a amenazar con acudir a los tribunales a nada que aparece un conflicto?

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– Queremos apabullar con esa amenaza, aunque lo más probable, si la llevas a efecto, es que te metas en una rueda de juicios que te van a consumir mucha energía. Pero lo hacemos porque creemos que nuestra imagen se ha visto dañada por lo que alguien ha dicho. Vivimos en una sociedad muy susceptible porque tenemos un ego muy grande.

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– Asegura en el libro que algunos conflictos quedan sin resolver porque no hay verdadero afán de hacerlo.

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– Las partes a veces no tienen interés en llegar a acuerdos porque lo que hay detrás del conflicto es otra cosa, otro problema. Por ejemplo, una necesidad de atención y reconocimiento. Reconocimiento del esfuerzo de la otra parte y el daño que se le ha causado. Al margen de las culpas, es relevante esa asunción del daño causado. El perdón es a veces sospechoso. Es mejor escuchar de forma generosa, interesarse por lo que el otro siente, y no defenderse o atacar.

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– ¿Lo mejor, aunque se esté convencido de tener razón, es dar una salida a la otra parte, no apabullarla?

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– Claro, y eso es lo que hace un mediador. Lo peor es que una parte se sienta acorralada, porque entonces no se llega a una solución. Hay que rescatar algo positivo de lo vivido; de esa forma se consigue que la otra parte confíe. Siempre recomiendo no forzar la expresividad. Las cosas se pueden decir atacando… o dando una salida.

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– ¿Y qué sucede cuando, durante la negociación, las partes se radicalizan e incluso van más allá de sus propias convicciones?

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– El conflicto tiene una parte interpretativa muy potente. Con frecuencia, cada gesto de la otra parte se interpreta de forma hostil y eso no hace más que alimentar el relato de cada uno. Hasta los gestos que son claramente positivos se ponen en tela de juicio. Si tú piensas que alguien es egoísta solo te fijas en los detalles que avalan esa consideración. Eso dificulta las cosas.

«Es difícil que la realidad esté a la altura de lo que crees que mereces»

– Suele hablar de la deshumanización que acarrea un conflicto. Se da en todos los ámbitos: los entrenadores deportivos no suelen referirse los equipos con quienes compiten por su nombre. Son sus ‘rivales’.

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– En el ámbito deportivo aún se puede entender porque la humanización ablanda, genera empatía. En la política, se tiende a deshumanizar al oponente para ganar adeptos a tu causa. Reconocer al otro, ver su debilidad, no conviene en la competición. Y la política se ha convertido en eso. En las comunidades de vecinos hay una tendencia a la demonización de unos hacia otros. Por el contrario, conociendo otros rasgos de esos mismos vecinos más allá del conflicto que tenemos, es como se puede empezar a hablar.

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– Eso exige deshacerse de muchos clichés.

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– Es que en un conflicto, los hechos dan igual. Lo importante es la interpretación que se hace de los mismos. Y detrás de cada interpretación que hacemos hay una imagen de nosotros mismos y eso nos da seguridad.

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– Frente a esa colaboración de la que habla se levanta un gran sentido de competitividad que se traslada a nuestros jóvenes desde edad muy temprana.

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– Esa competitividad tiene algo bueno: el esfuerzo. El problema es poner el acento demasiado en eso; hay que fijarse también en otras cosas. Eso nos lleva a una sociedad envidiosa porque te comparas todo el rato con el resto, lo que termina por ser conflictivo. Habría que fomentar y premiar la colaboración. En alguna competitividad hay mucho empobrecimiento y envidia.

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– La venganza es una reacción para evitar que el daño sufrido por alguien pase inadvertido, explica. Es decir, que quien hace daño a otro está sembrando conflictos futuros.

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– La venganza es un modo de revertir el sentimiento de inferioridad. La más compleja es la que viene del resentimiento. Lo cocinas y surge en forma de venganza, que te da poder. El odio hace que las personas se sientan poderosas.

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– ¿El resentimiento está en la base de algunos sistemas de ideas?

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– No hablo del resentimiento político, que puede ser comprensible. Hablo del que surge en condiciones de igualdad, donde no puedes echar la culpa a nadie más. Es esa sensación de sentirse menos, que ciertamente podría matizarse en sociedades menos competitivas. Está demostrado que una falta de atención o reconocimiento a edades tempranas revierte en personas muy conflictivas.

«A veces las partes no quieren llegar a acuerdos porque lo que hay detrás del conflicto es otro problema»

– ¿El resentido termina por ser violento?

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– No ejerce la violencia pero es capaz de insuflar en otros el odio para que estos hagan daño por él.

Mérito y resentimiento

– Es decir, que el resentimiento surge porque pensamos que hemos logrado menos de lo que merecemos, frente a otros, a quienes atribuimos menores méritos y esfuerzo.

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– Y además es muy fácil que todo sea un espejismo. Merecer es ser conscientes de nuestra dignidad y hay colectivos en los que no está del todo logrado. Vivimos en una sociedad en la que en ningún sitio nada nos parece suficiente: si vamos a una consulta médica creemos que no nos tratan del todo bien, o si queremos comprar algo en una tienda, o si acudimos a una oficina de la Administración. Es difícil que la realidad esté a la altura de lo que crees que mereces.

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– ¿Eso sucede porque tenemos un magnífico concepto de nosotros mismos?

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– Tiene que ver con esa cultura de defensa de los derechos, que está muy bien y ha sido necesaria, pero hay que dar un paso más. Merecer es, también, una actitud pasiva y te victimiza fácilmente. Es cierto, tenemos un buen concepto de nosotros mismos, pero se viene abajo fácilmente, y entonces sobreactuamos. Es bueno tenerlo pero que no genere conflictos, que se dan porque se ha puesto demasiado énfasis en ello.

Sentimientos

«El odio hace que las personas se sientan poderosas»

– Propone que deberíamos aceptar sin dramas, incluso con humor, que somos débiles e ignorantes, como los demás. Pero una figura muy admirada es la del ‘macho alfa’, y nadie reconoce su debilidad.

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– Es puramente cultural. Si viéramos ridículo a quien tiene esa actitud, todo cambiaría. La grandeza es ver que somos débiles. Los más prepotentes son personas débiles que están sobreactuando.

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– Aquel viejo dicho que un complejo de inferioridad suele ocultarse tras un complejo de superioridad.

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– Ahí está. Las personas con menos complejos no necesitan sobreactuar. La conciencia de nuestra debilidad es lo que nos hace colaborar. Si crees que lo sabes todo, que lo dominas todo, esa colaboración no es posible. Hay que saberse vulnerable, porque lo somos, y saber pedir ayuda.

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