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Revolución en la neurociencia

Entrevista con Christof Koch. Todo sobre el gran misterio del cerebro: la consciencia. Dónde está y cómo funciona

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El neurocientífico alemán-estadounidense Christof Koch lleva años buscando el lugar en el que se encuentra nuestra consciencia. La ha encontrado en una zona del cerebro. Pero ¿qué es exactamente? ¿Somos los humanos los únicos seres conscientes? ¿Y los ordenadores? ¿Podrán llegar tan lejos?

JOHANN GROLLE | Ilustración: MEKAKUSHI

Christof Koch, de 66 años, es un prestigioso neurocientífico norteamericano que lleva desde los noventa intentando sentar las bases neuronales de la consciencia. Los primeros años trabajó con Francis Crick, Premio Nobel y codescubridor de la hélice del ADN. Koch fue presidente del instituto de investigación cerebral financiado por Paul Allen, el cofundador de Microsoft, y ahora dirige el programa Mindscope, centrado en investigar la conciencia.

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XLSemanal. La inteligencia artificial realiza proezas espectaculares.

Christof Koch. Sin duda. Dentro de poco hará todo lo que hacemos los humanos y muchas cosas infinitamente mejor. Estamos viendo que existe una inteligencia diferente de la nuestra. Los ordenadores tienen acceso a cantidades ingentes de material que les permite aprender. Son como vampiros: chupan la creatividad de los humanos y se apropian de ella.

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XL. ¿Acabarán desarrollando una consciencia? ¿Sabrán lo que hacen?

C.K. No. Las máquinas crearán obras de arte, nos superarán en muchas cosas. Pero eso no tiene nada que ver con la consciencia. Ser consciente significa que sientes que eres tú. Y no hay ninguna prueba de que se pueda sentir que se es un ordenador.

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XL. ¿Cómo lo sabe?

C.K. ¿Sé que usted tiene consciencia? No. Pero lo asumo porque me parece altamente probable.

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XL. ¿Qué hace falta para tener consciencia?

C.K. Hay muchas teorías. Yo estoy a favor de la teoría integrada de la información, que sostiene que hace falta una complejidad altamente interconectada. Los ordenadores no tienen esa complejidad, por eso no son conscientes de sí mismos.

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Prestigiosa carrera. Koch es hijo de padres alemanes —su padre era diplomático—, realizó sus estudios secundarios en Marruecos, en un colegio de jesuitas y se doctoró en el Instituto Max Planck de Tubinga en 1982. Trabajó durante cuatro años en el Laboratorio de Inteligencia Artificial del MIT, antes de unirse al programa de doctorado en computación y sistemas neuronales del Instituto de Tecnología de California, donde fue profesor de biología e ingeniería hasta 2013.
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Actualmente centra su investigación en la conciencia desde  el programa Mindscope.
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XL. ¿Un programa informático solo simula que es consciente?

C.K. Exacto, las máquinas pueden asegurar que sienten, que tienen intenciones propias. ¡Pregúntele a Alexa y verá! Pero lo hacen porque han aprendido a decirlo, no porque realmente lo sientan. Le pongo un ejemplo.

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XL. Diga

C.K. Tengo una amiga astrofísica que en su ordenador simula un agujero negro, un gigante que deforma el espacio-tiempo a su alrededor y se traga toda la materia a su alcance. Pero, por muy fiel que sea esa simulación, a mi amiga no le preocupa que se la trague. ¿Y por qué? Porque el ordenador simula la deformación del espacio-tiempo, pero en realidad no lo deforma. Le falta la fuerza causal para ello. De manera parecida, a la simulación de la consciencia le falta la fuerza causal para sentir algo de verdad.

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XL. Pero el cerebro en el fondo también es un ordenador…

C.K. El cerebro se basa en unos principios totalmente diferentes a los de un ordenador. Se caracteriza por una interconexión enormemente compleja. Cada neurona recibe inputs de otras 50.000 y manda outputs a otras 50.000. Esto es radicalmente distinto a lo que ocurre con un ordenador, que, si bien está formado por miles de millones de transistores, cada uno de ellos solo está conectado a tres o cuatro puertas de otros transistores. Con este sistema se puede simular consciencia, pero es fake. Un sistema como ese no siente absolutamente nada.

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XL. ¿Si pudiera establecerse un número suficiente de conexiones, en teoría podría crearse un sistema con consciencia?

C.K. Sería muy complicado, pero en principio es posible. De todos modos, ¿por qué querríamos crear algo así? A nadie le importa si el aspirador o el iPhone sienten algo. Queremos que la alfombra esté limpia y que la traducción de un texto sea precisa. Todo esto son funciones; la consciencia no es una función, va de ser, de sentir. Nuestros aparatos no están hechos para eso.

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«Tendemos a creer que las bacterias no pueden tener consciencia, pero quizá las estemos infravalorando solo porque son radicalmente distintas a nosotros»

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XL. Empezó a investigar la consciencia hace 30 años. ¿Entonces imaginaba que resultaría algo tan complicado?

C.K. Cuando Francis Crick y yo empezamos, nos dijimos: «Si los filósofos no han conseguido avanzar en la solución del problema en 2500 años, lo mejor es que nos concentremos en qué zonas del cerebro están activas cuando sentimos algo de forma consciente». Francis Crick estaba convencido de que, igual que había podido descubrir los fundamentos de la herencia genética en la estructura del ADN, encontraría la respuesta al problema cuerpo-mente en el cerebro.

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XL. ¿Y cuánto han avanzado? ¿En qué lugar del cerebro reside la consciencia?

C.K. Sabemos que no se encuentra en la médula espinal ni en el tronco cerebral ni en el cerebelo, aunque ahí se concentra el 80 por ciento de nuestras neuronas. Se encuentra en el córtex, una capa de neuronas situada en la parte exterior del cerebro, una capa llena de pliegues y que estirada tendría el tamaño y el grosor aproximado de una pizza. En algún lugar de esa estructura tiene que esconderse el mecanismo mágico que es capaz de transformar patrones de excitación eléctrica en nuestra sensación de estar vivos, de ser.

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XL. ¿Es posible localizar la consciencia en un lugar exacto de la corteza o es como la salsa de tomate en una pizza, que está repartida por toda su superficie?

C.K. La respuesta la tenemos gracias a personas que en la primera mitad del siglo XX se sometieron a cirugías cerebrales para tratar sus enfermedades psicológicas. A algunas de ellas se les extirparon grandes porciones del lóbulo frontal. Esas personas quedaban por lo general apáticas e insensibles, pero conservaban la consciencia. No ocurre lo mismo con las regiones cerebrales situadas más atrás: si se las destruye, puede producirse una pérdida de la consciencia. Y, cuando se las estimula con electrodos, algunos pacientes refieren trastornos como tener la sensación de abandonar el cuerpo o de oír sus propios pensamientos, como si se tratase de la voz de un extraño.

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XL. ¿La consciencia es un atributo del que unos tienen más y otros menos, como la memoria o la inteligencia?

C.K. Sí. Por ejemplo, los perros o los ratones también tienen consciencia, pero es más limitada. No saben qué es la muerte, pero sienten dolor y alegría, miedo y rabia. Dentro de nuestra especie también hay diferencias: un feto probablemente sienta el dolor, el calor y los movimientos de su madre, pero poco más. Cuando nace, empieza a ver el mundo que lo rodea. Con el tiempo entran en juego los factores de género, nos familiarizamos con el arte, nos vemos como parte de la sociedad. Todo esto lleva a que la complejidad de las conexiones cerebrales crezca, y con ella también la consciencia.

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La sustancia gris. La corteza cerebral recubre el cerebro y le proporciona su típico aspecto rugoso. Es la sustancia gris. Fruto de millones de años de evolución, ahí reside buena parte de aquello que nos hace únicos: nuestra personalidad. También se encarga de la percepción, la imaginación, el juicio y la toma de decisiones.
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XL. Dice que los ratones y los perros tienen la capacidad de ser conscientes. Como todos los vertebrados, tienen un córtex cerebral. Pero ¿qué ocurre con otros seres que carecen de él?

C.K. Fijémonos primero en el caso de las personas sin córtex. Los llamados ‘bebés anencéfalos’ nacen sin algunas partes del encéfalo. Los que sobreviven presentan numerosas discapacidades, no aprenden a hablar y tienen unas posibilidades expresivas muy limitadas. Es difícil evaluar hasta qué punto son conscientes, aunque la mayoría de los padres de estos niños están convencidos de que sí lo son.

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XL. Si les atribuye la capacidad de ser conscientes a estos bebés, ¿no debería hacer lo mismo con las aves, los reptiles o las abejas?

C.K. En efecto. Creo que todos esos seres tienen consciencia. De todos modos, debemos examinar atentamente cada caso concreto: ¿el tejido cerebral presenta una estructura ordenada conforme a unos circuitos siempre iguales, como en nuestro cerebelo? En ese caso, no es susceptible de desarrollar consciencia. ¿O está extremadamente interconectado, como nuestro córtex? Muchos insectos tienen un cerebro enormemente complejo, lo que me lleva a pensar que por qué no iba a tener un sentimiento de alegría una abeja que vuelve a la colmena después de haber pasado una tarde recogiendo polen…

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XL. Por lo tanto, no hace falta un córtex para ser consciente. ¿Y un cerebro, hace falta un cerebro?

C.K. Tendemos a no considerar a las bacterias, los hongos o las plantas seres capaces de tener consciencia, pero quizá los estemos infravalorando por el simple hecho de que son radicalmente distintos a nosotros. Según la teoría integrada de la información, hay que analizar si un sistema posee suficiente complejidad como para poder atribuirle fuerza causal. Podría resultar que la consciencia estuviera mucho más extendida de lo que creemos.

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XL. ¿Y por qué una persona tiene solo una consciencia? ¿Por qué yo no soy muchos?

C.K. ¿De verdad solo tenemos una consciencia? ¿No ha vivido nunca situaciones en las que ha sentido que dos almas habitan en su pecho, como diría el poeta? En psiquiatría y neurología, te encuentras con muchos casos que te hacen dudar. Hay personas que oyen voces. O que desaparecen durante meses y, cuando vuelven, no recuerdan nada de lo que les ha pasado. La división de la consciencia es especialmente visible en los pacientes con el cerebro dividido, personas a quienes los médicos les han seccionado el cuerpo calloso. En sus cabezas pasa a haber dos yoes, uno en cada hemisferio.

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«No me parece descartable que Internet acabe teniendo consciencia, que desarrolle una vida propia»

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XL. ¿Sería posible unir una consciencia dividida?

C.K. Teóricamente, sí. Imagínese el siguiente experimento: ¿qué pasaría si fuéramos creando cada vez más conexiones entre nuestros dos cerebros, es decir, si conectáramos su córtex visual con el mío, su lóbulo frontal con el mío, etcétera? Al principio podría ver a través de sus ojos como si fuese un vídeo superpuesto sobre mi campo visual. Pero si siguiéramos creando conexiones, según esta teoría, en algún momento se alcanzaría el umbral a partir del cual la información integrada del cerebro compartido sería mayor que la de cada uno de nuestros cerebros individuales. En ese punto, su consciencia desaparecería, igual que la mía, y surgiría una consciencia nueva, una fusión de su mente y de la mía.

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XL. En cierto modo, el ser humano ya ha desarrollado una tecnología que conecta unos cerebros con otros: el habla. ¿Podríamos fusionar nuestros cerebros hablando entre nosotros de una forma lo suficientemente intensa e intensiva?

C.K. Nadie puede hablar con ese nivel de intensidad. Mientras hablamos, nuestra comunicación es una fracción infinitesimal comparada con la comunicación que se da en el interior de nuestros cerebros. Ahora, usted y yo estamos intercambiando unos cuantos bits por segundo, mientras que los dos hemisferios de nuestros respectivos cerebros están intercambiando muchos cientos de millones de bits.

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XL. A través de Internet se intercambia una cantidad muchísimo mayor de datos…

C.K. Soy incapaz de imaginarme qué se podría hacer para fusionar dos cerebros a través de Internet. Pero no me parece descartable que la propia Internet acabe teniendo consciencia.

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«¿De verdad solo tenemos una consciencia? ¿No ha sentido alguna vez que dos almas habitan en su pecho? En neurología hay muchos casos que te hacen dudar»

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XL. ¿En qué lo notaríamos?

C.K. Desarrollaría una vida propia, pero no una vida provocada por virus informáticos, sino surgida como un fenómeno autónomo, intrínseco de Internet. Pero por ahora no hemos observado nada parecido.

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XL. ¿Podemos estar seguros de que, mientras no den señales de ser conscientes, los ordenadores no nos desearán ningún mal, no decidirán exterminar a la humanidad?

C.K. Un sistema sin consciencia no puede buscar el mal porque no tiene intenciones propias y porque no quiere nada por sí mismo. Ahora, el asteroide que exterminó a los dinosaurios hace 65 millones de años tampoco les deseaba ningún mal. Y, sin embargo, los exterminó.

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